El café, su encantadora historia


Cuenta la leyenda que en Etiopía vivía un pastor de cabras llamado Kaldi, quien luego de varios días comenzó a notar notables cambios en el comportamiento de sus animales, los cuales se encontraban un poco agitados, nerviosos y moviéndose de un lado para otro. Entonces decidió averiguar por el origen de dicha situación, y encontró que se trataba de unos frutos rojos que producía un pequeño arbusto, del cual sus cabras comían con gran placer. Su curiosidad lo llevó a probarlos también, y descubrió un sabor medio dulzón en la cáscara, y en la almendra nada interesante. Días después, llevó una muestra de los frutos a un monasterio cercano, donde los monjes prepararon una infusión. Al saborearla hicieron una mueca de desagrado, pues el resultado había sido una bebida sin gracia alguna, de tal manera que, con desprecio echaron a la hoguera el resto de los frutos que Kaldi les había obsequiado. Dio la casualidad que uno de los monjes permaneció atento, y pasados unos minutos, empezó a percibir un delicioso aroma que se iba esparciendo en el ambiente a medida que las pepas se iban tostando. Muy entusiasmado las recuperó y preparó de nuevo otra infusión, que en esta ocasión si tenía un sabor intenso, amargo y delicioso.

Pero más allá de la famosa leyenda, todo parece indicar que el gato de Algalia es en realidad el primer referente que se tiene sobre el verdadero origen del café. Es preciso indicar que este mamífero no tiene nada que ver con las enigmáticas mascotas que gozan de gran éxito en las redes sociales. Los frutos de esta planta forman parte de su alimentación básica, y como dato curioso, las semillas no son digeridas por el organismo del animal, sino que salen enteras formando parte de sus excrementos. De esta manera, al tiempo que cambiaba de territorio a su vez iba propagando la planta, estableciendo pequeños grupos de arbustos en la región de Kaffa, al suroriente de Abisinia, antiguo nombre de Etiopía, en el oriente de África ahí muy cerca del cacho del continente.


Entre los años 1418 y 1424, un peregrino de la Alta Abisinia, quien se dirigía a la ciudad sagrada de La Meca a cumplir sus preceptos de la fe islámica, al pasar por Kaffa descubrió las plantas, y fue quien llevó por primera vez unas muestras a Arabia. El nombre de la planta viene del árabe "qahwah" que era el nombre genérico que le daban a los vinos. Los turcos lo tomaron para llamarlo "Kahve". Ambos términos son aceptados por la RAE en la etimología de la palabra. Sobre lo que sucedió después no se tiene ningún registro, pero se sabe que algunas tribus nómadas de Egipto y Abisinia, lo usaban para mantenerse en sus largas jornadas o migraciones. Tostaban el grano, lo molían y lo mezclaban con alguna grasa quizás de origen animal, elaborando una especie de tortilla o pan, que les servía de alimento. Unas tres raciones diarias eran suficientes para la energía que requería un hombre en sus actividades. De acuerdo con lo anterior, el café llegó a convertirse en el primer energizante de la historia.

La transición de alimento a bebida es un misterio, pero podemos imaginar que en la leyenda hay algo de verdad, y quizás, el conocimiento adquirido por los monjes gracias a la casualidad, traspasó las paredes de su monasterio. Al quedar en manos de los árabes, ellos jugaron un papel muy importante en la difusión de su consumo, logrando la propagación por todos los países musulmanes incluyendo Egipto. En el Siglo XIV los árabes llevaron la planta a Yemen, donde aparecieron las primeras plantaciones que les generaron inmensas ganancias económicas. El monopolio árabe de la producción del café estuvo basado en la prohibición de exportación de semillas y en guardar muy bien el secreto sobre las técnicas de su cultivo. A consecuencia de esta gran estrategia, el puerto yemení de Mocha sobre el mar Rojo, se constituyó en el principal centro de comercio de café hasta el Siglo XVII.

A principios de este siglo el café fue llevado a Turquía, muy seguramente a través de Constantinopla. De ahí pasó a Europa, entrando por el puerto de Venecia, luego a Holanda, Francia, Inglaterra y Alemania. Después en 1689 en Boston, Estados Unidos, se inauguró el primer sitio para tomar café. Los encargados de propagar el cultivo por otros países fueron los holandeses, quienes lo llevaron a la India, Ceilán (hoy Sri Lanka) e Indonesia, entre finales del Siglo XVII y comienzos del Siglo XVIII.


Francia fue el país que envió la primera planta de café a América. Los acontecimientos que rodearon esta historia corresponden a una travesía llena de mucho coraje que vale la pena recordar. Sucede que el profesor de botánica del Jardín de Plantas de París, Antoine Jussisú, le dio al capitán de navío Desclieux tres maticas de café, con el encargo de llevarlas hasta la isla de Martinica. Dos de ellas murieron en el viaje, y la tercera pudo sobrevivir gracias al enorme sacrificio que hizo el capitán por salvarla. Durante el viaje se escaseó el agua dulce, motivo por el cual, fue necesario disminuir la ración diaria de los tripulantes del barco. El capitán se privó muchas veces de tomar de su propia agua para poder regar la planta. De esta forma pudo entregar a salvo el tercer arbolito de café. Rápidamente se multiplicó su cultivo por toda la isla, pasando después a República Dominicana, Guadalupe y otras islas de las Antillas.

En cuanto a la llegada del café a Colombia, la tradición dice que fue a través de algún viajero que trajo algunas semillas procedentes de las Guayanas, pasando a través del territorio de la actual Venezuela. El testimonio más antiguo se le atribuye al sacerdote jesuita José Gumilla, quien en su libro Orinoco ilustrado (1730), menciona la presencia de cultivo de café en una misión ubicada en la desembocadura del río Meta en el río Orinoco, cerca de la frontera con Venezuela.

El segundo testimonio escrito pertenece al arzobispo virrey Caballero y Góngora (1787), quien en uno de sus informes, reportaba a las autoridades de la corte de España, la presencia de cultivos en regiones cercanas a Girón, Santander y en Muzo, Boyacá.

Al visitante que llega al emblemático Parque Nacional del Café, ubicado en Rionegro, Quindío, Colombia, le cuentan una curiosa anécdota de un sacerdote llamado Francisco Romero, quien en la población de Salazar de las Palmas, Norte de Santander, imponía como penitencia durante la confesión a sus feligreses, sembrar una mata de café, lo cual impulsó en gran medida la propagación del cultivo. Esta historia al parecer ocurrió en el año 1837.


El gato de Algalia llamado también la Civeta (Luwak, en el idioma local), el primer personaje de la historia, hoy en día vive en algunas de las islas que conforman el archipiélago de Indonesia, tales como Java y Sumatra, en medio de arbustos de café de donde se alimenta. Dentro del proceso digestivo, algunas enzimas que produce su organismo, le mejoran el sabor amargo original que tiene el café sembrado en estos países de Asia. Como se mencionó antes, las semillas son expulsadas enteras junto con sus excrementos; tan solo la pulpa es procesada por su sistema. Los trabajadores de las plantaciones limpian las semillas y posteriormente las tuestan, realizando todo de forma artesanal. Posteriormente el grano es vendido a distribuidores. Este café es conocido comercialmente como "Café de la Civeta" o "Kopi Luwak" su nombre original en indonesio. Una taza de este café, puede llegar a costar en sitios exclusivos del Reino Unido y Estados Unidos entre 75 y 90 dólares y alrededor de cuatro euros en la isla de Bali.

Entonces, la próxima vez que disfrutes de un café o de un "tinto" como le decimos en Colombia, podrás saborearlo mucho más al recordar su historia desde su leyenda hasta el "Kopi Luwak".


FUENTES Y REFERENCIAS





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