Una pincelada del Decamerón

A tale from The Decameron de John W. Waterhouse

Decamerón fue escrito por Boccaccio en el mismo período en que tenía lugar la peste negra en Italia, la cual azotó a Europa entre los años 1347 y 1352. Sus protagonistas son siete mujeres y tres hombres, aristócratas y jóvenes, quienes, huyendo de la ciudad de Florencia para evitar ser contagiados por la pandemia, se desplazan hacia las afueras, y se refugian en algunas lujosas viviendas abandonadas, en donde matan el tiempo, dedicándose a contar historias durante diez días. Los cuentos fueron inspirados en la vida medieval florentina, y están salpicados de humor, erotismo, traición, fantasía, y en general son muy entretenidos. He aquí uno de ellos que me llamó mucho la atención por su gran dosis de ingenio.

Piccarda era una viuda muy joven y hermosa, quien vivía con sus dos hermanos menores en una casa muy modesta cerca de un pueblo llamado Fiésole. En este lugar había una iglesia, a la cual, la señora iba a misa con frecuencia. Sucedió entonces que el sacerdote se enamoró perdidamente de ella. Unos días después, de la manera más atrevida que alguien se pueda imaginar, la abordó, y le confesó su deseo de acostarse con ella. Él era un hombre viejo, altanero y petulante, que creía que todo el mundo estaba obligado a llevar a cabo sus caprichos. Ella quedó muy sorprendida por todo esto, y con mucho respeto, se negó rotundamente a complacerlo.

Sin embargo, el cura no se dio por vencido y continuó insistiendo en su propósito. Cada vez que la veía en la iglesia la presionaba con el tema. También le escribió varias cartas y a todo momento le estaba enviando recados. La situación llegó a tal punto, que la señora se vio en la necesidad de encontrar la forma de quitárselo de encima, pues el acoso era insoportable. Entonces tuvo una idea genial. Antes de llevarla a cabo, les contó a sus hermanos lo que estaba ocurriendo y lo que pretendía hacer. Ellos guardaron la calma y le brindaron su apoyo para llevar a cabo el plan.

Pocos días después, fue a la iglesia, y de acuerdo con lo acostumbrado, el sacerdote de forma confianzuda entró en conversación con ella. Piccarda haciendo una semejanza con lo que sucedía en las batallas y en la toma de los castillos, le dijo que había decidido aceptar su propuesta. Él muy emocionado le preguntó que dónde y cuando podrían estar juntos. Ella le propuso que en su casa, pero bajo ciertas condiciones. Se encontrarían en su alcoba, en completo silencio y en total oscuridad, debido a que sus dos hermanos dormían en el cuarto que estaba al lado, y cualquer palabra o ruido que se hiciera, ellos se enterarían. Además de lo anterior, le hizo prometer que esta aventura no se la contaría a nadie. Este sería su gran secreto, ante lo cual, él no tuvo ningún reparo. Después de escuchar todo lo anterior, el cura quedó más alborotado que nunca, y por eso, antes de que se fuera, le preguntó si era posible que su encuentro se diera esa misma noche. Ella aceptó, y le dio las indicaciones para llegar hasta la casa y ubicar su alcoba.

La viuda tenía una criada que no era muy joven y además era fea. La nariz aplastada, la boca torcida, y los dientes grandes y disparejos. El color de su cara era muy pálido, como lívida. Como si fuera poco, era coja y manca del lado derecho, y también era muy maliciosa. Se llamaba Ciuta, pero en el pueblo todo el mundo la conocía como Cituazza. Cuando la señora llegó a casa, la llamó y le dijo que necesitaba un favor. La recompensa sería una camisa nueva. Al escuchar lo de la camisa, comentó que si era preciso se lanzaría al fuego. Entonces su patrona le indicó, que quería que se acostara con un hombre en su cama esa noche, que lo acariciara y que hiciera todo lo que quisiera, pero que no podía hacer ruido ni decir una sola palabra, pues como era de su conocimiento, sus hermanos dormían al lado. Ella aceptó encantada.

Al comenzar la noche, el sacerdote llegó, y de acuerdo con las indicaciones recibidas, se dirigió a la alcoba de la señora. En el cuarto de al lado se encontraban sus hermanos, quienes, según lo planeado, estaban haciendo bastante ruido. A esa hora y en total oscuridad, se encontraba Cituazza en la cama esperando a su amante. El cura a tientas llegó hasta la cama y se subió. Sin pensarlo dos veces, comenzó a besarla, creyendo que tenía a la hermosa viuda a su lado, y finalmente, pudo dar rienda suelta a toda su pasión.

Unos minutos más tarde, la señora les dijo a sus hermanos que continuaran con el plan. Salieron sigilosamente y se fueron para el pueblo. Al llegar a la plaza, tuvieron la fortuna de que el obispo los estaba buscando, y precisamente quería ir a visitar a la viuda. Una vez llegaron a la casa, se sentaron en el patio, y le ofrecieron unas copas de un buen vino. Era lo acostumbrado, para refrescarse del intenso calor que se sentía a esa hora. Poco después, uno de los jóvenes le dijo que quería mostrarle algo. Dejaron sus copas y se levantaron de las sillas. El que hizo la invitación, llevaba una antorcha en alto iluminándoles el camino a los demás. Al entrar a la alcoba, observaron al sacerdote en brazos de Cituazza. A pesar del calor, ambos dormían. Fue en ese momento cuando se despertó. Avergonzado al ver al obispo, metió su cabeza debajo de las sábanas. El jerarca muy ofendido e insultándolo a gritos, lo obligó a mostrar la cara. Justo en ese instante, cuando vio el rostro de Cituazza, cayó en cuenta del engaño al que había sido sometido. Se vistió rápidamente y abandonó la casa.

Cuando preguntó por qué el cura se encontraba ahí, los hermanos le contaron con lujo de detalles todo lo que había ocurrido. El obispo alabó muchísimo el ingenio de la señora, y también la templanza de los jóvenes, quienes sin atentar contra su vida, le dieron su merecido. A causa del pecado cometido, el obispo le impuso una penitencia que lo hizo llorar cuarenta días. Pero por el amor y la vergüenza que sentía, el autor dice que lloró cuarenta y nueve días, aunque muy seguramente, podría haber llorado varios meses, pues no podía andar por la calle, sin ser señalado por los muchachitos, quienes le decían, "mira al que se acuesta con Cituazza". Estuvo a punto de enloquecerse. Así pues, la señora se quitó de encima al fastidioso sacerdote y Cituazza se ganó una camisa nueva.

FUENTES Y REFERENCIAS

Decamerón de Giovanni Bocaccio (1351). De acceso libre en internet.

CdL. Continuidad de los libros. El Decamerón y el optimismo en pandemia. 2020. [En línea]. Última consulta 11/07/2024. Disponible en: http://continuidaddeloslibros.com/decameron-optimismo-pandemia/


Comentarios

  1. Que historia más entretenida Juanca, me tuvo hasta el párrafo final en suspenso!! Me gustó muchísimo, además de aprender muchas cosas que no conocía.
    No dejen de leerla está buenísima!!

    ResponderEliminar
  2. Juanca gracias por este espacio tan extraordinario, es una delicia poder leerte, espero que continúes cultivando este ejercicio, éxitos.

    ResponderEliminar
  3. Cómo siempre Juan, que delicia de postre literario. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  4. Juan Carlos, una vez más disfrutando tus escritos. Gracias por compartir y sigue cautivando el hábito de “Leeer y Escribir”

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Curioso matrimonio del Sabio Caldas

El inolvidable Jaime Garzón

Café, una historia encantadora