La ceiba


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Entró una llamada a su celular y luego de timbrar tres veces Manuel lo contestó

- Aló, ¿buenos días?
- Hola mi Manuel, ¿cómo estás? dijo una melodiosa voz al otro lado de la línea.

De inmediato se despertó pálido y tembloroso. Era su inconfundible voz. Era ella. Era Lucía. Nuevamente había tenido el mismo sueño; llevaba cuatro días seguidos repitiéndose la misma escena y a la misma hora de la madrugada. Tan solo seis meses atrás había asistido a su funeral. Y entonces su mente quedaba totalmente en blanco; sudaba frío y sus manos le temblaban; trataba de encontrar una explicación a lo que le estaba pasando sin encontrar una respuesta posible. Todo era muy confuso y siniestro a la vez. Al no poder conciliar el sueño, iba a la cocina de su cabaña y se preparaba un buen café. Mientras hervía el agua en la olleta en el fogón de la estufa, empezaban a arremolinarse los recuerdos hasta que sus manos dejaban de temblar.

La gente del pueblo no cabía en la iglesia. Manuel había viajado toda la noche en su campero para alcanzar a llegar a tiempo a despedir a su amiga. Al entrar aún estaban doblando las campanas. Luego de terminar la ceremonia, dos de sus más cercanos amigos dijeron unas palabras en su honor. A él le correspondía el tercer turno, pero se le hizo un nudo en la garganta y no pudo hablar. Se retiró con el rostro lavado en lágrimas. Fue así como la acompañó hasta el cementerio.

¿Qué había detrás de estos tenebrosos sueños? Por más que le daba vueltas al asunto, no lograba encontrar su razón de ser. Recordaba con mucha nostalgia los tiempos del colegio. Las tardes de estudio y tareas en su casa o en la casa de ella; donde doña Pastora, la mamá de Lucía, siempre aparecía con una taza de chocolate y pan, con su inconfundible "a ver muchachos, sírvanse para que cojan fuerzas y sigan estudiando juiciosos". A veces él ayudándole con ejercicios de matemáticas; a veces ella ayudándole con temas de filosofía. Junto a la casa de Manuel había una inmensa ceiba que la cobijaba completamente con su sombra y mucha frescura. Ahí se subían muchas veces para deleitarse observando atardeceres. Fue un amor de adolescentes que murió cuando se graduaron del colegio y cada uno siguió su propio camino.

Aquel 24 de marzo sucedió la tragedia. Su madre le había dicho que quería que viajara a Colombia para que la acompañara a celebrar sus sesenta y cinco años. Luego de salir del aeropuerto, Lucía alquiló un campero para llegar a su pueblo. Había transcurrido media hora, cuando en una curva se encontró de frente con un camión que la sacó de la vía. Perdió el control del vehículo y dio tres vueltas sobre el abismo, hasta terminar impactando con la gigantesca roca que terminó con su vida. A partir de entonces doña Pastora empezó a cargar con la culpa de su muerte. Decía que si ella no la hubiese invitado a su cumpleaños su niña todavía estaría viva.

Después del funeral, Manuel se subió a su vehículo y empezó a regresar a su finca. El sol empezaba a filtrar sus rayos en medio de los árboles en una mañana muy fresca. La brisa fría de la montaña le golpeaba en la cara y le producía una sensación muy agradable. Luego de pasar por un túnel natural, en donde las ramas de los árboles de ambos lados de la carretera, se entrelazaban entre sí formando un arco de sombra muy bonito, apareció caminando dentro de una casa muy antigua. Era de noche, estaba muy oscuro, hacía frío, pero nada le era familiar. De repente, al pasar por la puerta de una habitación, se encontró de frente con un gato gris; al cruzar sus miradas, se le erizó todo su pelaje al tiempo que soltó un maullido desgarrador y salió espantado de ahí. Uy! ¡Pero ni que hubiera visto un fantasma!, pensó intrigado ante la reacción del animal. Comenzó a mirar hacia todos lados, pero no observó nada raro; entonces miró hacia abajo y observó que no tenía pies ni cuerpo, iba como flotando en el aire; empezó a entrar en pánico al comprender su situación, ¡el fantasma era él!

De inmediato intentó abandonar ese lugar, pero justo en ese momento le llegó un olor muy familiar: chocolate. Ahora estaba en la casa de Lucía; encima de la mesa del comedor había una jarra humeante llena de chocolate y dos pocillos listos para ser servidos. Era una mañana soleada, aire fresco y concierto de pájaros por todos lados. Se sentía muy bien en ese lugar. Luego a unos pocos metros de distancia apareció Lucía. Ella intentaba decirle algo, pero a él solo le llegaban frases sin sentido. Poco después, comenzó a acercarse hacia ella y cuando estaba a punto de llegar, en una fracción de segundo todo se oscureció; Lucía se desintegró en miles de puntos luminosos, como luciérnagas pequeñitas, que luego se unieron formando un foco de luz gigante que se proyectó en su rostro. Manuel se despertó muy asustado.

Lucía, la exitosa periodista que llegó a las grandes ligas de los canales de noticias norteamericanos, ahora desde el más allá intentaba darle una primicia. Manuel, el empresario del café tan apreciado por su pueblo, se devanaba los sesos intentando entender el mensaje que ella quería darle. Todo esto sucedía siempre a las tres de la madrugada, la hora de los espíritus, la hora que se dice que atraviesan portales para ponerse en contacto con los vivos. Con el paso de los días, Manuel comenzó a experimentar insomnio. De un día para otro no volvió a dormir, pasaba las noches en blanco. Quizás fue un mecanismo de defensa involuntario, para evitar sufrir los nervios tan aterradores que le provocaban sus sueños. Al iniciar esta situación, aplazó sus compromisos por una semana; mintió diciendo que se iría una semana de vacaciones. Estaba hecho un desastre tanto física como mentalmente. Había bajado un par de kilos de peso y en sus ojos se dibujaban unas ojeras muy marcadas.

Un día escuchó un susurro, como si algo, un no sé qué, hubiese pronunciado la palabra ceiba. Entonces esa tarde, como en los viejos tiempos, volvió a subirse en ella, haciéndolo esta vez con la ayuda de una escalera; ya no contaba con la agilidad de su juventud. Sintió de nuevo la emoción de apreciar la magia de un atardecer sentado sobre la rama de su árbol. En ese preciso momento, observó una hermosa mariposa de dos tonalidades de azul y bordes negros que se posaba justo a su lado; experimentó una sensación muy extraña, como una descarga de energía por todo su cuerpo, que luego le produjo mucha alegría. Unos minutos después, la mariposa comenzó descender describiendo pequeñas espirales hasta posarse en una protuberancia un poco más abajo de la mitad del árbol. En seguida, continuó descendiendo trazando varios ochos en el aire y finalmente se detuvo en el suelo, en medio de dos raíces que formaban entre si una letra v gigante. Antes de ocultarse totalmente el sol, la mariposa alzó su vuelo en dirección al ocaso.

Esa noche pudo dormir. El agotamiento causado por el insomnio sufrido durante tantos días le permitió conciliar su sueño. De un momento a otro, apareció ella en la curva de la carretera donde se estrelló de frente con el camión. La escena siguió desarrollándose hasta el momento en que su vehículo chocó con la roca que acabó con su vida. Después, surgió una habitación en donde solo había una mesa en el centro. La luz de la mañana entraba por la ventana y descansaba sobre la mesa. De repente, empezaron a salir de todas partes las letras del abecedario sin ningún orden y sentido. Unos segundos después, comenzaron a describir diferentes movimientos o situaciones; la letra a estrellándose con la letra z, la h abrazándose con la o, la r bailando con la u; y así cada una de las demás y en parejas, ejecutando acciones diferentes, como moviéndose en espiral o lanzándose en caída libre. Al rato todas se cruzaban entre sí a una gran velocidad y luego empezaron a ordenarse alfabéticamente, dentro de un círculo como en un gran carrusel girando lentamente a un poco más de un metro por encima de la mesa. Al final simplemente todo se desvaneció.

Manuel siguió durmiendo plácidamente hasta el día siguiente. Se despertó a las seis de la mañana; una hora después de su horario habitual. Entonces se bañó y se vistió sin prisa. Se preparó un café y mientras se lo tomaba empezó a recordar el sueño de la noche anterior. Después de media hora de intentar desentrañarlo, no lograba encajar bien las piezas del rompecabezas. Fue entonces cuando se acordó de la mariposa; nuevamente se le erizó el cuerpo como aquella tarde mirando el atardecer; movió su cabeza hacia atrás, dirigió su mirada hacia arriba, levantó sus dos brazos con sus manos abiertas y se le dibujó una gran sonrisa en el rostro. Aún sonriente salió, se paró frente a la ceiba y la abrazó. De la protuberancia salió volando un carpintero que estaba construyendo su nido. Sin pensarlo dos veces, fue hasta el cuarto de las herramientas, trajo una pala y una pica y empezó a excavar en medio de las raíces.

Muy pronto tocó algo duro con la pala. Era un pequeño cofre de metal. Lo limpió con las manos y muy emocionado comenzó a abrirlo. El corazón le latía a mil por hora. Adentro encontró una carta enrollada y fechada diez años atrás, una semana antes de regresar a los Estados Unidos. "Sonará demasiado loco lo que te escribo, pero hace tres noches, luego de regresar a visitarte, tuve un sueño muy extraño. Alguien, no recuerdo quien, me decía que debía decirle a mi madre, que yo me encontraba bien; que había tenido una vida feliz, muy plena y que ahora que ya no formaba parte del mundo terrenal, debería buscar a un amigo para que se lo dijera; para que no cargara más con la culpa de mi muerte. Por eso me tomé el trabajo de dejarte este mensaje. Esa noche me desperté muy sobresaltada. Aún no salgo de mi asombro; al escribir siento que me tiemblan las manos. Lucía."


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