Micha, una mascota a domicilio


Creo que fue hacia el mes de junio del año 2020. Un domingo hacia las diez de la mañana. Había ido a comprar algunos víveres. Al regresar al conjunto residencial la vi rondando en los parqueaderos. Andaba como con ganas de que alguien le diera desayuno, pero a esa hora nadie asomaba por ahí. No hizo ningún ruido. Cruzamos las miradas y seguí mi camino hacia mi apartamento. Al momento de abrir la puerta, escuché un maullido que provenía de uno de mis zapatos. Asombrado me detuve, miré hacia abajo y hacia atrás, y acurrucada sobre el último escalón la vi de nuevo. Era un hecho que sigilosamente me había seguido por las escaleras. Ahora sí, el hambre la estaba acosando, y maullaba con desesperación. Pero lo triste del caso, fue que, en ese momento, no tenía alimento ni leche para darle. Intenté mitigar su apetito. Muy cerca de la puerta, le puse sobre un plato plástico unos trozos de mortadela. Pero tan solo se limitó a olerlos. Me miró con mucha tristeza. Me sentí culpable y muy triste también. Un par de minutos después, comenzó a bajar las escaleras. Desde el pasillo del piso, pude ver cuando asomó a la entrada de la torre con su sosegado caminar. Y luego desapareció de mi vista. Esto no había sido gratis. Existía toda una historia detrás de lo que acababa de ocurrir.

A mediados de 2016, una gata embarazada llegó al conjunto y tuvo tres gaticos, una hembra y dos machos. Cristina, la administradora de la tienda en ese entonces, hizo una colecta entre los residentes, para pagar los gastos de la operación de la gata. Mi esposa formó parte del grupo de las personas que aportaron a la noble causa. Dos meses después, los machos fueron adoptados por dos familias del conjunto y Cristina se quedó con la hembra. La generosidad de los vecinos, alcanzó para la esterilización de la gata, y a los cuatro meses, la operación de su hija también. Unos años después, supe la gata madre y uno de los machos, terminaron en una finca.

En el año 2018, Cristina vendió su apartamento y se fue sin llevarse su mascota. La gata abandonada, comenzó a merodear por los parqueaderos y a formar parte del paisaje del conjunto en general. Unos pocos residentes de buen corazón, comenzamos a darle alimento, solo concentrado. En mis descansos de trabajo, aprovechaba para llevarle el desayuno, el almuerzo y la cena. Cuando estaba fuera de la ciudad, mi esposa, por motivos laborales, solo le llevaba el desayuno, pero ahí estaban los vecinos que también colaboraban. En aquella época, no permitía que la consintieran, escasamente que le sobaran la cabeza. En una ocasión, intenté acariciársela mientras comía y se hizo a un lado. Unas semanas después, al acercase uno de los vigilantes a donde estaba junto a ella, de inmediato se fue y se refugió debajo de uno de los vehículos estacionados. Por su reacción, descubrí que la habían maltratado.

En el transcurso de los meses, terminamos llamándola Micha, entonces, al referirnos a ella, decíamos cosas como "comprar la comida de la Micha" o "bajarle el desayuno a la Micha". Poco a poco, se fueron generando unos lazos de amistad muy grandes. Al menos ya permitía que le sobara la cabeza con más calma. Alguna vez intenté en el cuello, parte del lomo y la cola, y me gané un mordisco muy fuerte y un zarpazo en la mano.

El alimento se lo bajaba en una pequeña bolsa plástica, que la agitaba para hacerla sonar. Ella ya conocía su sonido. Aparecía de la nada, y comenzaba a meterse por el medio de mis piernas al tiempo que maullaba. Luego empezaba a caminar rapidito hacia la banca junto al árbol, su lugar favorito. Mientras caminaba, volteaba a mirar un par de veces, como confirmando que iba detrás de ella. Al llegar allí, en una vasija plástica le depositaba su comida y en otra le servía agua. Estos recipientes los había guardado, luego de contener algún producto lácteo como mantequilla o queso. Después de lavarlos bien y secarlos, los dejaba debajo de la banca. Como siempre, no faltaban los vecinos fastidiosos, quienes en varias oportunidades los botaron. Pero no importaba. Siempre buscaba la forma y conseguía otros. Con el paso del tiempo, simplemente no volvieron a intervenir y la vajilla de Micha permaneció a la sombra del árbol.


A principios del año 2020, en la tienda del conjunto ya se conseguía comida para gatos, y por supuesto, comenzamos a comprarlo ahí. Al llegar la inolvidable cuarentena, las cosas comenzaron a ponerse duras también para Micha. Los vecinos que le daban alimento dejaron de hacerlo. Solo nosotros continuamos alimentándola. Ya para entonces, los lazos de amistad eran más fuertes. Cuando ingresaba al conjunto se me arrimaba para que la consintiera; permitía que le acariciara la cabeza y parte del cuello. De inmediato comenzaba su ronroneo, y prendía el motor del agradecimiento, con el que cuentan todos los gatos. Y así al transcurrir varios meses, se presentó la anécdota de aquel domingo.

A partir de entonces, comenzó a subir todos los domingos. Como al principio no se atrevía a cruzar la entrada, entonces le dejábamos la comida y el agua junto al marco de la puerta. Pero varias semanas después, cuando se fue ganando nuestra confianza, y tal vez también por su curiosidad natural, fue ingresando unos metros más allá, y de igual manera le íbamos cambiando el lugar de su alimento. Luego de un par de meses, ya se sentía como en su casa, y escudriñaba cada uno de sus rincones. Un día cualquiera, hablando de esto con un experto en gatos, me decía, que la gata estaba limpiando de malas energías lugares por donde pasaba. Sea cierto o no, la verdad es que a partir de entonces, Micha se siente muy feliz; siente que este es su hogar. Hasta el final del año, siempre fue el día domingo. Entre las 6:00 y 6:10 a.m. estaba maullando junto a la puerta para que le abriéramos. Era increíble. Su reloj biológico no fallaba. Bueno, solo en aquellas temporadas, en las que, a pesar de estar operada, andaba de amores con un macho blanco y negro de gran cabeza, al cual mi esposa bautizó "el cabezón". Es como si mantuviera sus hormonas intactas, y cada cierto tiempo, estuviera en celo. Es ahí cuando aparecen los galanes a cortejarla, y ella feliz desaparece con ellos. Su comportamiento se repite de manera cíclica aún hoy en día.

Al comienzos del mes de febrero del año 2021, las cosas cambiaron radicalmente. Un día que no era domingo y siendo las 5:30 a.m., escuchamos cerca de la puerta, unos maullidos muy fuertes, casi como lastimeros. En principio, pensamos que se trataba de una pelea de gatos en el área del parqueadero. Al abrir, la sorpresa nos dejó con la boca abierta, ¡era Micha que a esa hora venía a pedir su desayuno! Su rutina cambió totalmente y continuó viniendo todos los días a esa hora, incluso a veces, unos minutos antes de las cinco de la mañana. Durante las primeras semanas, luego de quedarse un poco después de las 7:00 a.m., daba un par de maullidos junto a la puerta. Con el tiempo aprendimos, que esa era su señal para indicarnos que le abrieran. Salía y de inmediato iba a buscar el arenero ubicado a un lado del parqueadero. En alguna oportunidad, intenté cargarla, y de nuevo fui atacado por ella. Su repuesta fue un gran mordisco y un par de arañazos en mis manos. Quedó completamente claro, que, aunque permite que la acaricien por todos lados, incluso su cola, está prohibido cargarla o tocarle su panza.

En el transcurso del mes de marzo, el fenómeno de La niña, cambió de manera brutal el clima en Neiva. Empezaron a caer las lluvias. Casi un mes completo lloviendo de día y de noche. Entonces Micha continuó sorprendiéndonos. Un día llegó pasadas las once de la noche. Luego de comer y su rutina habitual de baño, se acomodó cerca de una de las sillas de la sala y amaneció dentro del apartamento. Esa noche no dormí pensando que se enmugraría en algún lugar. Al día siguiente, mi gran sorpresa fue que no encontré nada de lo que me había imaginado. Eso sí, una vez me levanté, comenzó a maullar de manera insistente, para que le diera comida. Un poco antes de las siete de la mañana, se ubicó frente a la salida, se apoyó en sus patas traseras y puso sus delanteras sobre la puerta; contundente señal para que le abriera. Bajó rápidamente por las escaleras en busca de su arenero. Tiempo después, la experiencia se repitió un par de veces, en días no consecutivos; pero su señal de salida volvió a ser la de siempre, sentarse junto a la puerta y dar un maullido. Cuando terminó el invierno en la ciudad, ella dejó de venir por las noches y continuó haciéndolo en las madrugadas. Cambió su horario y en varias ocasiones llegó demasiado temprano, alrededor de las cuatro y media de la mañana. Durante varios días me levanté a abrirle a esa hora, por temor a que algún vecino al escucharla, saliera y la maltratara.

La última semana de marzo y la primera de abril, coincidieron con su período de celo, por llamarlo de alguna manera, y entonces no se dejó ver durante cinco días. Andaba con tres galanes a la pata. Uno de ellos, al cual nunca había visto, mi esposa lo bautizó "DiCaprio", porque era muy bonito, casi como un pequeño leopardo con un porte muy elegante. El otro era su fiel compañero, "el cabezón"; y por último, otro nuevo también, blanco con amarillo. Al pasarle la calentura, volvió a subir. Definitivamente Micha es una gata muy especial. Una mascota a domicilio. Un regalo maravilloso que me dejó la cuarentena.






Comentarios

  1. Micha. Una gata desconocida 3ncontró un ambiente tranquilo y seguro en tu casa, decide quedarse como eterna visitante para encontrar refugio. Que bonita historia Juan Carlos

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