Pitágoras, un maestro extraordinario

Buscando el origen del Teorema de Pitágoras, aquella fórmula que nos enseñaron en el bachillerato para solucionar ciertos triángulos, me embarqué en la aventura de leer su biografía. Un verdadero deleite por las muchas leyendas en las que está inmersa su vida. Descubrí un hombre impresionante, un maestro a la altura de los grandes iluminados de la antigüedad, como Buda y Confucio, contemporáneos suyos del Siglo VI a.C.


En el 570 a.C. Pitágoras nació en la isla griega de Samos, en el seno del hogar de Mnesarco y Pitays, una de las familias más ricas del lugar. Mnesarco, su padre, era un cotizado joyero que se la pasaba viajando por todo el Mediterráneo en busca de piedras preciosas. En uno de sus viajes previo a su nacimiento, pidió consejo a las sacerdotisas que custodiaban los templos, quienes le anunciaron que el hijo que esperaba sería tan extraordinario, que su fama trascendería a lo largo de los siglos. A raíz de esto quizás, siempre le cultivó el amor hacia el conocimiento. Sus primeros salones de clase fueron las montañas, el campo y el mar, dado que sus maestros preferían enseñarle en contacto directo con la naturaleza. Siendo muy chico se aprendió de memoria La ilíada y La odisea.

Unos años más tarde, se negó a participar en un viaje al cual fue invitado, debido a que dos días antes detectó la llegada de una tormenta. Un número superior a cincuenta embarcaciones fueron hundidas, entre ellas, varias naves de guerra provistas de cincuenta remeros cada una. En Samos lamentaron muchísimo no haberle hecho caso al muchacho, que, por aquel entonces, debía rondar los quince años. Poco después, Pitágoras aconsejó a los campesinos que sembraran cebada en lugar de trigo. La abundante cosecha recolectada fue un gran motivo para que todos lo felicitaran.

A los dieciocho años empezó a viajar para adquirir nuevos conocimientos. Ya había aprendido todo lo que Samos le podía brindar. Mnesarco redactó cartas de recomendación a sus amigos en los diferentes puertos para que lo ayudaran. También recibió apoyo de Polícrates, el tirano reinante en la isla, quien le entregó un mensaje personal para el Faraón de Egipto. Estuvo en Siros, Mileto, Fenicia, Egipto y Babilonia. Su primer gran maestro fue Ferécides de Siro, quien le sembró la semilla de las vidas pasadas, la reencarnación y la inmortalidad del alma. Tales de Mileto le recomendó que visitara la tierra de las pirámides, donde se guardaban unos conocimientos tan maravillosos, que lo sorprenderían al máximo. Tales los conocía, pero le habían prohibido divulgarlos.

En Egipto vivió veinte años. En todo este tiempo, debió convencerse que las matemáticas egipcias cumplían una labor divina y que los números una función universal. Los sacerdotes de Tebas, con quienes compartió tantos años de estudio, le instruyeron, además, en la alimentación vegetariana, excepto las habas, y en el ascetismo. Esto es, llevar una vida sobria, modesta, alejada de los excesos del mundo, y buscando la perfección espiritual. En cuanto a las habas, muy seguramente su prohibición se dio porque producen mucha flatulencia. Una situación bastante desagradable para quien las consume.

Cuando el rey persa Cambiases invadió a Egipto, fue llevado como rehén a Babilonia. Vivió quince años ahí, donde aprendió la música, la astronomía, las matemáticas y otras ciencias más que le enseñaron los sacerdotes babilonios. Es muy probable que ahí concibió su famoso teorema, o quizás se lo enseñaron, pues según investigaciones recientes, basadas en una tablilla descubierta a principios del siglo XX, los babilonios desarrollaron una una trigonometría muy avanzada, 1000 años antes de Pitágoras.

En el 513 a.C. regresó a Samos. Había vivido 35 años fuera de su patria. Una vida dominada por un constante ascetismo, le había dado el aspecto de un hombre de treinta años, a pesar de tener 57 años. Los viejos y los de su edad tardaron en reconocerlo. Un tiempo después ubicó una cueva en la montaña, a la que denominó "La gruta de las ninfas", donde empezó a divulgar sus conocimientos a veintiocho alumnos, consolidando así su primera Sociedad Pitagórica.

Unos meses más tarde, viajó a Creta, Esparta, Delfos y la Magna Grecia. En Sibaris no había condiciones para su propósito. Entonces se trasladó a Crotona, cuna de grandes campeones olímpicos, donde encontró gran eco a sus palabras. "La educación es una cuestión de una importancia tan natural que puede ser recibida de cualquier otro, y, además, quien la proporciona sigue reteniéndola". Esto afirmaba en sus discursos a la gente humilde que se reunía a escucharlo. A los maridos les recomendó que tratasen a sus esposas como ellos desearían ser tratados, porque ese respeto mejoraría a los hijos. También que dejaran de ser infieles, que quisieran más a su pareja. Por otro lado, la gente creía que podía hablar con los animales, les predicaba sobre el buen trato con ellos, y con los vecinos en las comunidades. Se decía que realizaba milagros. 

Su discurso fue muy bien recibido, y por tal motivo, los gobernantes de Crotona le pidieron que hablara con los niños. A ellos les aconsejó que escucharan en silencio antes de hablar, que amaran a sus padres. También les habló sobre la importancia de aprender a lavarse todas las partes del cuerpo, en especial los dientes. Les aconsejó que no jugaran con objetos sucios ni con el perro de extraños. Los maravilló con historias sobre el río Nilo, el cual se desbordaba cada año, pero esto no era considerado una tragedia, pues servía de abono para las abundantes cosechas. En cuanto a las pirámides, les contó que habían sido construidas por unos artistas geniales, pero cuyo pecado fue conseguirlo a costa de la vida de miles de hombres. Por otro lado, a las mujeres les pidió respeto a sus esposos, y armonía en los hogares en beneficio de la educación de los hijos.

Los pitagóricos celebran el amanecer 1869 - Fiodor Bronnikov

Quienes deseaban vincularse a su Sociedad Pitagórica, eran sometidos a un exhaustivo examen que él mismo realizaba. Analizaba la forma de hablar, la expresión corporal, la relación con sus padres y amigos. De esta manera, podía darse cuenta si estaba ante una persona envidiosa, traicionera, etc., o, por el contrario, ante un buen ser humano. Una vez aceptados, debían esperar tres años de preparación como iniciados antes de poder ver a Pitágoras. Después de esto, seguían cinco años más, tiempo en el cual eran llamados exotéricos. Vestían ropa sencilla. Practicaban la autocrítica, donde cada uno exponía a sus compañeros las cosas que no habían hecho bien, con el propósito de mejorar día tras día. Todos comían lo mismo que el maestro, comida vegetariana, excepto las habas, según lo aprendido de los egipcios.

En sus enseñanzas, el sabio de Samos, les inculcaba el buen trato con sus compañeros, una vida sencilla, sin excesos, armonía con la naturaleza y con los dioses. Por supuesto también sus grandes conocimientos matemáticos dentro de su concepción cósmica o espiritual. Pitágoras veía la tierra como una esfera, por lo cual, se anticipó unos veinte siglos a las ideas de Copérnico y Galileo. El secretismo que aprendió en Egipto lo puso en práctica con sus alumnos, ellos no podían divulgar a nadie lo aprendido. Por su lado el maestro no dejó nada escrito; lo que sabemos de él, lo escribieron algunos de sus alumnos y biógrafos varios años después de su muerte. Como él interpretaba muy bien los instrumentos musicales de su época, compuso una serie de melodías tan eficaces que prevenían las enfermedades. Al mantener un estado emocional controlado, donde las malas vibras no existían, pues con unas composiciones musicales muy específicas, era muy difícil que sufrieran de algún problema de salud. En ninguno de sus postulados buscaba crear una religión o partido político. Su filosofía pretendía construir una ciudad ideal, en donde todos pudieran vivir en armonía con la naturaleza y con el universo. Estas Sociedades Pitagóricas se multiplicaron por buena parte de Europa y Asia.

Unos años después, se presentó una guerra entre Crotona y Sibaris, resultando vencedora la primera ciudad, cuyos combatientes masacraron brutalmente a los sibaritas. Como siempre, los enemigos que nunca faltan, luego de esta confrontación, empezaron a sembrar la cizaña y dañaron la buena imagen de la Sociedad Pitagórica de Crotona. Un agitador se encargó de enardecer los ánimos del pueblo para eliminar a sus supuestos enemigos. Los pitagóricos buscaron refugio en una casa, en donde los alcanzaron; la rodearon para evitar que se escaparan y luego le prendieron fuego. Tuvieron una muerte espantosa.

Pitágoras alcanzó a fugarse de Crotona. Corría el año 480 a.C. La mala fama de los pitagóricos se había esparcido como pólvora por toda Grecia, por lo cual, a donde quiera que fuera, lo recibían con insultos, palos y piedras. Finalmente se refugió en el Templo de las Musas de Metaponte, donde a pesar de los angustiosos reclamos de sus discípulos para que escapase, en un momento dado simplemente les dijo, "dejadme aquí, mi tiempo en la tierra ha finalizado". Se quedó de rodillas sin comer ni beber. Nadie sabe cuánto tiempo duró su agonía, sencillamente, se dejó morir en silencio.

Sin temor a equivocarme, diría que la grandeza de Pitágoras, se encuentra mucho más allá del reconocimiento dado por la historia como gran matemático griego. Está, sin lugar a dudas, en la filosofía del amor que trató de implantar a través de sus sociedades pitagóricas. Me impacta sobremanera, el hecho de haber sucedido seis siglos antes de la aparición de nuestro adorado maestro de Galilea, Jesus de Nazaret. El amor en la familia, expresado a través del buen trato entre los padres, generaría armonía en el hogar y un magnífico ejemplo a los hijos. A partir de una familia con estas características, sería mucho más fácil consolidar su gran propósito, que era el de construir una sociedad en la que todo el mundo se tratase con respeto, y en ese orden de ideas, lograr también armonía con la naturaleza y el universo.

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