Fisido y el fuego
Fuente: @AHummingBirds |
A German Castro Caycedo lo recuerdo como el pionero del periodismo investigativo en Colombia, quien, durante muchos años a través del programa de televisión, Enviado Especial, denunció la corrupción a todo nivel en los círculos de poder de nuestro país, basado en el rigor periodístico, consultando varias fuentes y elaborando impactantes crónicas y reportajes. Como consecuencia de su intenso trabajo, se ganó el respeto de la clase dirigente, el reconocimiento de sus colegas, y varios premios nacionales e internacionales de periodismo.
De igual manera por sus libros, que por supuesto, estaban basados en sus investigaciones, que lo llevaron a viajar no solo por todo el territorio nacional, sino también por diversos países del mundo. Por mencionar algunos, Mi alma se la dejo al diablo, El Karina, La muerte de Giaccomo Turra y La Bruja. En este último, cuenta los inicios del narcotráfico en Colombia, su vinculación con la política y la magia negra. Una historia impresionante.
A finales de junio de 2024, Catalina Castro Moreno publicó, Mi padre, German Castro Caycedo, en donde plasma algunas de las conversaciones con él, y en las que recorre los más de veinte libros que escribió el laureado periodista fallecido en 2021. En las entrevistas para promocionar su trabajo, Catalina mencionó el libro de cuentos, El cachalandrán amarillo, cuya primera edición se publicó en 1989. Esto fue una sorpresa muy grande para mí, pues no tenía ni idea, que el autor de estos grandes reportajes había escrito cuentos. Y sin darle rienda suelta al asunto, me puse en la tarea de buscarlo.
En el prólogo se encuentra la clave de todo. Sucede que, durante dos décadas, recorrió el país, recopilando cuentos, mitos, historias reales y muchas anécdotas divertidas. Con palabras que le nacen de lo más profundo de su alma, explica de qué se trata el libro. "Historias populares que por encima son bellas, pues hablan de atardeceres y de árboles florecidos y de ríos transparentes y de mujeres briosas de piel morena, -porque así narra la gente de nuestra tierra cuando comprende qué es el encantamiento- pero, que por dentro, frase a frase, palabra a palabra, dan la medida de la tela con la cual fue hecho el colombiano". Dentro de esta colección se encuentra Fisido y el fuego, el cual, sencillamente me encantó.
Una noche de lluvia en el Amazonas llega a convertirse en una experiencia aterradora. Los relámpagos y grandes detonaciones de rayos se colaban por la maloca, a través de esa especie de ventana que tiene en su parte superior y que representa el fin del universo. Al tiempo, una cortina de lluvia azotaba sin clemencia la vegetación a su alrededor. Todos los indígenas congregados ahí, que atizaban el fuego para calentarse, eran descendientes de Ideh Hino, la anaconda, serpiente acuática que vino de una dimensión de ultratumba y entró a este mundo por el Jiri-Jirimo, una catarata gigantesca, ubicada a dos horas de ahí por el río Apaporis, y que luego se transformó en humano.
En medio de la inclemencia de la naturaleza, Alejandro Huitoto, un hombre sabio de la comunidad, recordaba cuando una noche cerca del fogón, les contaba a sus hijos, como en una época muy remota, en donde casi no había gente sobre la tierra, pasaban muchas dificultades porque no tenían fuego. La comida la consumían cruda. Por falta de luz, no podían realizar tareas importantes como la caza nocturna del caimán o del venado. En los caminos se encontraban muchos peligros, raíces filudas, charcos y algunos palos o ramas espinosas caídas, y dada la oscuridad extrema, se caían y se tropezaban con estos obstáculos, lastimándose a menudo los pies, las piernas, las manos y en ocasiones la cara.
Entonces un payé, o sea el abuelo jefe, se puso a echarle cabeza cómo hacía para conseguir la candela. Estuvo un buen tiempo pensando, hasta que finalmente se le ocurrió llamar a un compadre suyo que vivía por los lados del Río Cara Paraná. Llamó a Fisido. Fisido es el nombre que en lengua muinane le dan al colibrí o picaflor. Fisido le dijo que él conocía a un abuelo de antigua, quien era el dueño del fuego, pero que lo mezquinaba mucho, porque no quería entregárselo a la gente, debido a que no se portaban bien. Que iba a hacer lo posible por conseguirlo.
Como ya sabía dónde encontrarlo, voló muchos días y muchos atardeceres. Muchas noches y muchos amaneceres. Cruzó ríos, lagos y raudales. Atravesó montañas, valles, pantanos y chuquiales. Soportó muchos días de lluvia y de calor, pero también se refrescó con ráfagas de brisa y se sorprendió de la sonrisa de varios arcoiris que admiraban el colorido de su plumaje. Hasta que se encontró con un río, cuyas aguas tenían un sabor diferente. En ese momento tuvo que ingeniarse una trampa, porque el viejo era muy astuto. Fisido se convirtió en coquito, la fruta de la palma de chambira. Ahí se lanzó en caída libre sobre el río y empezó a flotar. Y así viajó por el río. Bajó, bajó y bajó por entre esa selva, dando volteretas para un lado y para el otro, hasta que empezó a acercarse a la cueva del viejito que era dueño del fuego, que lo mezquinaba mucho y que vivía solo con una nietecita.
El viejo vigilaba esa candela a todo momento. En las tardes dormía con un solo ojo, porque con el otro estaba pendiente del fogón. Cuando el coquito se acercó más a la cueva se convirtió otra vez en pájaro, empezó a chapalear en el agua y como no sabía nadar estaba ahogándose. Pero eso era precisamente lo que quería, porque la nieta al verlo en esas condiciones, lo recogió con mucho cariño, y se fue con él para donde el abuelo y le dijo. "Abuelito, abuelito, mira este pajarito tan lindo que me encontré ahogándose en el río. Qué hermosura. Qué pajarito tan chiquito y tan lindo. ¿Me das permiso para guardarlo?" Como el viejo la quería mucho le dijo que sí.
Ahí fue donde funcionó el truco de Fisido. Al verlo tan mojado y temblando de frío, el abuelo le recomendó que lo acercara al fuego para que se secara y se calentara. La niña cumplió la orden, pero el viejo siempre estaba alerta, muy pendiente de que no fuera a ocurrir nada extraño. Después de un rato, le pareció muy inocente el pajarito, y como su nieta estaba ahí, pues descuidó un poco la vigilancia y se acostó en una hamaca a cantar canciones. Eso es lo que la gente adulta hace en las tardes para que no las olviden, y para que los niños vayan aprendiendo poco a poco la historia de los adultos.
Entonces Fisido aprovechó el descuido. Con cautela abrió un ojo y observó que el abuelo estaba medio cantando y medio quedándose dormido y medio roncando. Entonces se tragó varios tizones encendidos, y como ya estaba bien seco, alzó el vuelo y se fue. Tan pronto cruzó por la entrada de la cueva, el viejo se despertó y cayó en cuenta de lo que había sucedido. Intentó cazarlo, pero eso era imposible. Un pajarito tan pequeño y tan veloz era muy difícil de alcanzar. Fisido se le escapó por encima del follaje de la selva. Se le escapó por entre los bejucos, entre las ramas y llegó de nuevo al río. Sentía que esos carboncillos lo estaban quemando, pero se aguantó lo que más pudo
Otra vez voló muchos días y muchos atardeceres. Muchas noches y muchos amaneceres. Cruzó ríos, lagunas, raudales, montañas, pantanos y valles, hasta que llegó a donde sus compadres, y les dijo, "aquí les traigo la candela", y vomitó los carboncillos encendidos. La gente los cogió con mucho cariño y empezó a soplarlos cuidadosamente, colocándoles a lado el nido de una hormiga que se llama raya. Esta hormiga construye su nido con una lanita muy seca y muy limpia que arde fácil. La consecuencia de todo esto es que, por haberse tragado esos tizones encendidos, a Fisido le quedó encendido el cogote. Por eso las plumas del picaflor son rojitas en el cuello.
FUENTES Y REFERENCIAS
- CASTRO CAYCEDO, G. (1999). El cachalandrán amarillo. Décima edición. Planeta Colombiana Editorial S.A. Impreso en Colombia.
- LA W RADIO. Mi padre, Germán Castro Caycedo, el nuevo libro de Catalina Castro. 28 de junio de 2024. [En línea]. Última consulta 7/09/2024. Disponible en: https://www.wradio.com.co/2024/08/14/mi-padre-german-castro-caycedo-el-nuevo-libro-de-catalina-castro/
muy buena reseña, me recordó también mis tiempos en la Amazonía...
ResponderEliminarUna nueva historia, trayendo al gran Germán Castro Caicedo. Muy agradable la lectura y que cuento tan maravilloso y mágico
ResponderEliminarExcelente relato, me recordó mi niñez cuando los padres nos lein cuentos o contaban historias cómo estás.. felicitaciones
ResponderEliminarmuy buena reseña! mil gracias
ResponderEliminarQue historia más linda y mágica, como siempre me gustó muchísimo!!
ResponderEliminarHola Juan, felicitaciones nuevamente y en este texto admiro y respeto tu facilidad para describir la naturaleza.
ResponderEliminarHortensia