La revolución de los libros
Han pasado un poco más de tres décadas desde que los Estados Unidos resultó vencedor de dos guerras atómicas. Las cosas cambiaron radicalmente. Es un delito muy grave tener y leer libros. A quienes los tienen, se los queman al igual que sus casas. Esta labor la realizan los bomberos. En esta época, ya no apagan incendios, los originan. Rocean la biblioteca y toda la vivienda con kerosene, y luego con lanzallamas provocan el fuego. Las casas del vecindario no resultan afectadas. Todo sucede de noche.
El gobierno tiene el control absoluto de la población. En un mundo con la tecnología tan avanzada, las autoridades saben qué comen, qué hábitos tienen, quienes son sus amigos y hasta cómo huelen sus habitantes. Poseen un sabueso mecánico, una especie de araña gigantesca que tiene un olfato inmensamente desarrollado. La máquina tiene registrado en su sistema el olor de todos los ciudadanos. Por eso cuando persiguen a algún delincuente, lo detectan en cuestión de minutos, gracias a que, además, cuenta con la capacidad de volar a gran velocidad.
Este arácnido robot que parece extraterrestre y que hace un ruido espantoso cuando se desplaza, tiene un aguijón por donde inocula un veneno. La primera reacción es la parálisis del cuerpo y poco después provoca la muerte. A menudo se lo observa en las noches atrapando gatos o ratas que deambulan por las calles. Es la manera de evaluar su capacidad de acción. Los pobres animales son exterminados en cuestión de segundos.
En este entorno vive Montag un bombero en una ciudad sin nombre. Disfruta su trabajo. Tiene treinta años. Por eso no posee memoria de cómo era el mundo antes. Hace parte del establecimiento o status quo. Suena la alarma en la estación. Han denunciado a un infractor de la ley. Se pone su traje antillamas. Se transporta en el carro con sus compañeros hasta el lugar indicado. Antes de iniciar su faena exigen a las personas que salgan de la casa. La gente les hace caso, y después grandes lenguas de fuego acaban con todo.
Una noche de otoño, caminando de regreso a casa y cerca de un parque conoció a Clarisse, su nueva vecina. Era una adolescente de diecisiete años. Decidieron hacerse compañía hasta llegar a sus viviendas. Ella le hablaba de las estrellas, del olor de las flores, del rocío sobre la hierba en las mañanas, y también del encanto que le producía ver los amaneceres. No paraba de hablar. Le preguntó si era cierto que muchos años atrás, los bomberos apagaban fuegos en vez de encenderlos. Él le respondió que no, que las casas siempre habían sido incombustibles. Al terminar el recorrido, le hizo una pregunta que definitivamente le rompió la cabeza, "¿es usted feliz?" Cuando intentó responderle, ella ya no estaba. Acababan de cerrar la puerta de su casa. Con el paso del tiempo, Montag llegó a la conclusión de que realmente no era feliz. Había vivido su felicidad bajo una máscara y la chica se la había arrebatado, así como en el cuento El loco de Gibrán Khalil, al que le robaron las siete máscaras.
Con el transcurrir del tiempo, nació una bonita amistad entre ellos. Cuando no la veía le hacía falta. En el fondo sabía que todas las cosas que ella le contaba eran nuevas para él. Un aprendizaje maravilloso. Su vida era una rutina absoluta, como el hámster que gira sobre su rueda. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. A pesar de vivir con Mildred, su esposa, no tenía mayor motivación. Entonces Clarisse le estaba inyectando una nueva energía, que no sabía cómo explicarlo, pero que lo hacía muy feliz.
Un tiempo después, le contó que a ella le decían que no era sociable porque hablaba mucho. Por eso debía asistir a sesiones con el psiquiatra, quien le preguntaba por qué le gustaba andar en los parques viendo pajaritos, cazando mariposas, oliendo las flores y tomando gotas de lluvia con la cabeza inclinada hacia atrás. Con una sonrisa en los labios comentaba que le sabían a vino. Clarisse también le mencionó, que ser sociable era reunir un grupo de personas y luego prohibirles que hablaran. En la escuela tenía una clase de televisión de una hora, luego otras de diversos deportes, repartidas en una hora cada una, y para finalizar, una de pintura. Pero todas eran lecciones filmadas, presentadas a través de un proyector. Los estudiantes nunca hacían preguntas. Ella sí. Era el mundo al revés. En los museos todo era abstracto. Grandes pantallas con luces de diversos colores moviéndose de forma aleatoria. Su tío le decía que hace muchos años, los museos tenían cuadros que contaban cosas y que representaban personas.
A quienes tenían libros se los quemaban |
Pasaron varios días en los que no volvió a ver a Clarisse. Esa mañana, Mildred le contó que había muerto atropellada por un carro. Una tristeza muy grande lo embargó. Se tomó mucho tiempo intentando aceptar la noticia. Varias horas después, le mostró a su esposa una colección de libros que tenía escondidos, eran alrededor de unos veinte. A ella no le gustaban, los miró como si fueran una plaga. Él decidió leerlos todos. Entonces sabría lo que tenía que hacer con su vida. A medida que leía, empezó a comprender el poderoso legado que tenían. Recordaba con inmenso cariño a Clarisse. No olvidó nunca a la señora que se quemó con sus libros. Una semana antes, había conocido en un parque a un profesor de literatura llamado Faber, quien le dio el número telefónico de su casa. Luego de llamarlo supo dónde vivía. Esto sin saberlo, le ayudaría más adelante a salvar su vida.
Una tarde en su casa cuando Mildred estaba reunida con unas amigas, Montag sacó un libro y les leyó una poesía. Ella no podía creer la actitud tan imprudente que acababa de hacer. El poema estaba cargado de tanta sensibilidad , que una de las señoras terminó con su rostro lavado en lágrimas. Los reclamos no se hicieron esperar. Esto fue considerado como una agresión, y a pesar de que su esposa intentó mediar, finalmente la reunión se terminó.
Durante varios días se sintió enfermo y no fue a trabajar. Al cabo de varias noches regresó a la estación. De repente sonó la alarma. En esta ocasión, Beatty, su jefe, iba conduciendo el carro de los bomberos. Montag lo acompañaba en la parte delantera. Sin advertirle nada, llegaron a su casa con la orden de quemarla. La amiga de su esposa lo había denunciado. Mildred salió corriendo como loca. El sabueso mecánico hizo presencia inmediata en el lugar. En medio de la confusión que se armó, asesinó a su jefe quemándolo con el lanzallamas. A sus compañeros los atacó golpeándolos en la cabeza. Ninguno de ellos sobrevivió. El sabueso mecánico alcanzó a inyectarle veneno en una pierna. En su defensa le lanzó varias ráfagas de fuego y escapó. Después de caminar muchas cuadras con la pierna adormecida, el efecto anestésico comenzó a disminuir. Afortunadamente la dosis fue pequeña. Fue a la casa de Faber, quien le regaló un maletin con una muda de ropa vieja. Este le dijo que se fuera por la ruta del río, hasta encontrar las vías antiguas del ferrocarril. Ahí encontraría campamentos de vagabundos que lo podían ayudar.
En toda la ciudad se armó el operativo para capturarlo. Un grupo de helicópteros escoltaban al sabueso con grandes lámparas que iban iluminando los caminos a medida que se desplazaban. Cuando llegó al río vio las estrellas. Con el agua un poco más abajo de las rodillas, se cambió de ropa, y la que se quitó la botó lo más lejos que pudo. La araña extraterrestre y sus acompañantes estaban a muy poca distancia. Al sentir el taque-taque de los helicópteros y el zumbido ensordecedor del gigante, se sumergió en el río. Unos segundos después, mientras aguantaba la respiración, observó como las luces pasaban a lo largo de la superficie; como en el boxeo, se había salvado por la campana.
Al alcanzar la otra orilla, fue abordado por un grupo de cinco hombres. El líder se llamaba Granger. Formaban parte de un resistencia intelectual que se refugiaba en ese bosque. Todos ellos eran graduados de Harvard. Especialistas en literatura, historia y temas similares. Habían leído libros y se los habían aprendido de memoria. Después los quemaron para evitar ser sorprendidos por las autoridades. Uno de ellos llamado Simmons, inventó un método para memorizar. Alquien que hubiese leído un libro o cualquier cosa alguna vez, con su sistema podía recordarlo todo.
Granger con orgullo le decía que ellos eran La república de Platón, Marco Aurelio, Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, Darwin, Aristófanes, hasta Mateo, Marcos, Lucas y Juan, entre otros. Su propósito era transmitir oralmente el contenido de los libros. Quizás en un futuro no muy lejano, cuando las condiciones fueran las más apropiadas, encontrarían editoriales para volver a publicarlos. Existían miles de ellos en los caminos de ferrocarril abandonados. En pueblos diferentes, vivían con bajo perfil, igual que ellos, cada uno de los capítulos de obras muy extensas. En general todos eran vagabundos por fuera y libros por dentro.
Esta es la historia de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, un valiente escritor. Cuando la terminó en 1953, su país estaba sometido al miedo. Eran los tiempos del macartismo, el mayor caso de vigilancia masiva en la historia del siglo XX de los Estados Unidos, promovido por el senador Joseph McCarthy, quien hizo de su carrera una persecusión de presuntos comunistas, con lo cual terminó saboteando a numerosos intelectuales. Esta época se conoció como "La caza de brujas". Por obvias razones, nadie quería arriesgarse a publicar una novela que hablaba de una censura tan radical. Entonces, apareció también un valiente editor, Hugh Hefner, quien iniciaba con una nueva revista. En los números dos, tres y cuatro la publicó en este año. La revista era Play Boy.
Quizás lo que el autor quiso transmitir con esta historia, fue un reclamo al mundo para que leyeran más libros. Porque dejar de leerlos, es otra forma de condenarlos al olvido, casi como acabar con su existencia quémandolos. Algo que cobra mucha vigencia hoy en día, en donde, invadidos de tanta tecnología, la gente poco lee, en especial las nuevas generaciones.
FUENTES Y REFERENCIAS
- BRADBURY, R. (2001). Fahrenheit 451. Romanya / Valls S.A. Barcelona.
Excelente historia Juan, como siempre fascinante todo lo que escribes, me gustó muchísimo.
ResponderEliminarConsuelo Ghitis
Excelente historia, cuanta torpeza hemos cometido los humanos y cuanta grandeza hemos conocido, compartido y disfrutado a través de la lecturas gracias por tu aporte
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