El náufrago que inspiró a Robinson Crusoe


Robinson Crusoe es un personaje universal que fue creado por el escritor inglés Daniel Defoe. Sus aventuras dentro de la isla desierta donde vivió y compartió con su amigo Viernes, han sido motivo de inspiración de varias películas y algunos concursos en televisión como el recordado "Expedición Robinson". Pero más allá de la ficción, existe una historia verdadera tan impresionante en donde la realidad supera a la fantasía.


En el mes de abril del año de 1528, Juan Maestre hace parte de la tripulación de un barco sin nombre y cuyo capitán era un hombre apodado Portogalete. Se embarcaron en el puerto de Higuey, República Dominicana con destino a la isla de Margarita, a donde llevarían provisiones para la fortaleza de este lugar. Inicialmente llegaron a Puerto Rico, en cuya capital San Juan, estuvieron cinco días. Luego reiniciaron su viaje con rumbo a la isla de Santa Cruz para abastecerse de agua, pero fueron abordados por dos canoas con sesenta indígenas armados con arcos y flechas, quienes los obligaron a devolverse alrededor de unos diez kilómetros en mar abierto. Sucedió entonces que casi no había viento por aquella zona del caribe y tardaron unos cinco días en llegar a algún lugar cerca de las costas de Venezuela. 

Portogalete sin conocer realmente su ubicación, siguió su rumbo hacia el occidente, bordeando muy seguramente la costa norte colombiana. Transcurridos algunos días, llegaron a una isla desconocida y habitada por indígenas guerreros. Allí encontraron un buen escondite donde pasaron la noche. Pero al día siguiente fueron sorprendidos por once canoas de indígenas armados con sus arcos y sus flechas listos para el combate. Uno de ellos subió al barco y les pidió hachas. Sin haberles dado ninguna respuesta y de forma inesperada, Bautista, un compañero de Juan, fue y se metió en una de las canoas. Esto alborotó aún más los ánimos de los nativos, quienes enardecidos se ubicaron frente a la embarcación española y empezaron a lanzarles flechas. Juan tomó un arcabuz, hizo un disparo y mató a tres indígenas. Uno de ellos era su líder. De inmediato se dispersaron. La gran mayoría remando a gran velocidad y otros cuantos se echaron al agua y empezaron a nadar.

Antes de continuar el viaje, bordearon la costa llegando a un puerto abandonado. Allí encontraron la desembocadura de un río de donde se aprovisionaron de agua. Como el capitán no conocía su ubicación geográfica, entonces decidieron regresar a República Dominicana, pasando primero por la isla de Aruba. Allí Portogalete los abandonó. El resto de tripulantes, con muy poca experiencia en el mar no tuvo más remedio que embarcarse y empezar a navegar. Un sábado a la medianoche, fueron embestidos por una tormenta que les destrozó la embarcación. Al cabo de seis días de intensa lucha avistaron la costa de otra isla desconocida. Juan, quien era un experto nadador, tomó un cuerno de pólvora y un eslabón. Se echó al mar y nadó hasta llegar a la isla. Luego de dejar en la playa estos elementos, regresó a lo que quedaba del barco para ayudar a sus compañeros. Unió varios cabos de amarras formando una cuerda muy larga. Una vez amarrada en alguna parte de la embarcación, se tiró al agua y nadando se llevó la otra punta y la ancló con el eslabón en la playa. Todos los marineros se deslizaron a través de la cuerda hasta llegar a tierra. El grupo completo lo formaban seis personas.

De las ruinas del barco lo único que se pudo recuperar fue la pólvora. El pedernal, muy utilizado en la época para hacer fuego se perdió todo. Durante los primeros dos meses, tomaron sangre y comieron carne cruda de lobos marinos y cuervos que llegaban a la isla. Un tiempo después, decidieron hacer una balsa de algunos maderos que el mar arrojaba en la playa. La armaron entre todos, amarrándola con cuerdas hechas con la piel de los mismos lobos. Tres de los náufragos se fueron en la balsa y quedaron los otros tres. Uno llamado Moreno, un muchacho y Juan Maestre. Transcurridos algunos meses, Moreno, en un estado quizás de locura temporal, se comió varias partes de sus propios brazos y al cabo de algunos días murió. Ambos sobrevivientes, con huesos de tortugas cavaban en la arena en búsqueda de agua dulce, pero la poca que encontraban era salada. Para beberla, Juan la combinaba con sangre de los lobos marinos que cazaba. Esperando la temporada de lluvias, hizo varios huecos en la arena forrándolos con la piel de estos animales.

Daniel Defoe (1660 - 1731)
Las lluvias llegaron en el mes de octubre, pero el agua no duraba mucho en los huecos. Entonces lo que hacían era sumergirse totalmente en ellos para refrescarse. Para beberla continuaban mezclándola con sangre. Al comenzar el invierno, muy angustiado pensando en la muerte de ambos, debido a que no tenían fuego para calentarse o para asar los animales que cazaban, se las ingenió y construyó una balsa y se fue al lugar donde vio por última vez el barco. Le instaló un ancla rudimentaria, que consistía en una piedra de gran tamaño amarrada con una cuerda, y luego se lanzó al mar, sumergiéndose para buscar pedernal que hubiese quedado por ahí regado luego del naufragio. La dicha fue muy grande al encontrar varios fragmentos, que en la medida que el clima lo permitía iba secando al sol. Con estos pudo hacer fuego. La idea que era rosando este material con algún elemento metálico o alguna roca dura se generaba chispa. 
Por las noches hacía fogatas con la esperanza de que algún barco que pasara por ahí los viera y los rescatara. Además les permitía calentarse en medio de tanta soledad. Dos náufragos que vivían en una isla cercana, vieron los fuegos nocturnos y un día cualquiera llegaron en una balsa. Estuvieron con ellos cinco años.

Durante este tiempo, entre los cuatro construyeron un barco de vela utilizando la piel de los lobos y los maderos que el mar seguía devolviendo a la playa. Cuando lo terminaron, iniciaron un viaje con destino a la isla de Jamaica, pero Juan al ver las condiciones tan rudimentarias con las que lo habían hecho, decidió que lo dejaran en tierra junto con uno de los visitantes de la otra isla. El muchacho y el otro señor continuaron el viaje. Ya con más confianza y práctica en la construcción de pequeñas embarcaciones a vela, fabricaron otras más y se dedicaron a explorar en los alrededores, descubriendo diecisiete islas de diversos tamaños. Mejoraron un poco su precario menú al encontrar huevos de tortuga. Pasaban algunos meses viviendo en aquellos nuevos territorios y luego regresaban a su isla. Seguían cazando lobos marinos y como hombres prehistóricos se vestían con sus pieles.

Algún tiempo después, utilizando rocas sacadas del mar se pusieron a la tarea de construir dos torreones, uno al norte y otro al sur de la isla. Las estructuras tenían una altura aproximada de siete metros y un perímetro de unos veintisiete metros. Cada una con su escalera para el acceso. En la parte superior divisaban el inmenso océano. También colocaban leña y otros elementos para hacer humo, con la esperanza de que algún barco viera la señal y los rescataran. Con las rocas marinas también construyeron un estanque a manera de trampa para atrapar peces, lo mismo que una choza con el techo forrado con la piel de los lobos. Aprendieron a secar agua en palos huecos para extraer sal marina, con la cual le mejoraban el sabor a los huevos de tortuga. Cuando no tenían agua lluvia para tomar, lo resolvían dejando los huevos enterrados en la arena unos quince días, al cabo de los cuales la yema se fundía en la clara y esto era lo que bebían.

El 20 de septiembre de 1534, cuando habían transcurrido ocho años y cuatro meses del naufragio, vieron que un barco a vela se encontraba cerca de la isla, entonces hicieron una humareda inmensa en uno de los torreones. La embarcación llegó a la playa y los rescataron. Inicialmente los llevaron a la isla de Cuba, en donde les suministraron todo lo necesario para su bienestar. Juan continuó su vida en España y su compañero en algún lugar de las Indias.

El testimonio de puño y letra de Juan Maestre fue presentado a Carlos V, rey de España, hacia el año 1540. Toda esta impresionante historia ocurrió en una de las islas del Archipiélago de San Andrés y Providencia. El escritor Inca Garcilazo de la Vega en la primera parte de su obra Comentarios reales de los incas publicada en 1609, hace mención a la historia pero de una forma muy novelada. El nombre de su protagonista es Pedro Serrano y su compañero de aventuras lo encuentra por casualidad en la misma isla. En el relato de Robinson Crusoe, el famoso náufrago también conoció a su amigo Viernes en la misma isla donde se encontraba. Por esta coincidencia, es muy probable que Daniel Defoe haya conocido la versión del autor peruano, y que en ella se haya inspirado para escribir la novela, publicada en 1719, que lo catapultó a la fama mundial.

FUENTES Y REFERENCIAS

  • MELO, J. (2017). Maravillas y horrores de la conquista. Pedro Serrano y sus trabajos de ocho años después de naufragar cerca a San Andrés (1528-1536). Instituto Distrital de las Artes - IDARTES. Bogotá (Colombia).
  • GARCILASO DE LA VEGA, I. (1973). Comentarios reales de los incas. Ediciones Casa de las Américas. La Habana (Cuba).




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